¿Qué esperamos de un lugar?
Hay lugares que emocionan de un modo especial, y este es uno de ellos.
Si algún día pasas por Ciudad de México, cosa que te recomiendo, tienes que experimentar este lugar. Sí es una iglesia y es muy especial.
Te voy a contar la experiencia que tuve en esta iglesia, no quiero saturarte de datos que puedes consultar en la web. Solo un apunte que es importante para entender el contexto. Es una iglesia del siglo XVII que fue restaurada a finales de 1955 por los arquitectos Ricardo de Robina, Jaime Ortiz Monasterio y el escultor Mathias Goeritz después de un incendio en 1940. Y aquí es donde está la magia.
Fue un soleado lunes por la tarde cuando llegamos a la iglesia. Me junté a un grupo de historiadores mexicanos que iban a gravar la iglesia por dentro con unos drones para una exposición sobre Goeritz.
Ya solo el sitio por donde entramos fue impactante. Como la iglesia estaba cerrada al público nos abrieron por una puerta lateral y entramos en una estrecha, larga y tenue habitación llena de nichos funerarios.
Se abrió una puerta y de pronto me encontré justo debajo de la cúpula de la iglesia. Las vidrieras de Goeritz matizaban la fuerte luz de México en tonos ocre, rojo y azul e iluminaban las potentes paredes de piedra.
Al volver la cabeza y ver la nave central inmediatamente las bóvedas llaman la atención. Queda a la vista la piedra volcánica que forma la estructura de la bóveda. La imagen es insólita e impactante. Tiene la fuerza y la sinceridad de mostrar cómo se construyó la iglesia y a la vez le da una carga estética conmovedora.
Nunca había tenido la oportunidad de pasar toda una tarde en una iglesia, la experiencia valió la pena. La luz fue transformando el lugar. Los tonos reflejados en las paredes cambiaban con la inclinación del sol y el altar, con esa mano imposible, se fue iluminando como si se tratara de un teatro. Un espectáculo, esa fue mi impresión.
La magia de una intervención moderna y minimalista junto a los elementos propios de una iglesia del siglo XVII, el contraste y la armonía que se respira hacen de esta una iglesia muy especial. La experiencia es conmovedora.
Ahora entiendo mucho mejor las palabras de Goeritz en su “Manifiesto de la arquitectura Emocional”:
“Pide —o tendrá que pedir un día— de la arquitectura y de sus medios y materiales modernos, una elevación espiritual; simplemente dicho: una emoción, como se la dio en su tiempo la arquitectura de la pirámide, la del templo griego, la de la catedral románica o gótica —o incluso— la del palacio barroco. Sólo recibiendo de la arquitectura emociones verdaderas, el hombre puede volver a considerarla como un arte.”
¿Has sentido tú algo parecido en algún lugar?
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