“Tenia los pies ardiendo y la cabeza nublada bajo el sol de medio día. Andar por aquellas empedradas calles era como pisar ascuas ardiendo. Por fin llegó a su destino, llamó a la puerta y entro en la fresca sombra del recibidor. La oscuridad era total y solo logro orientarse gracias al fogonazo de luz que entraba por una puerta. Cuando llego al umbral no pudo moverse, le paralizo la belleza del patio…”
No sé si has reflexionado alguna vez sobre la belleza y como ésta nos asalta, nos sorprende en los lugares menos esperados. A todos nos gusta experimentar la belleza. Cada uno tenemos nuestro gusto y nos parece bello una cosa u otra pero todos necesitamos una dosis de belleza en nuestra vida.
Vamos a profundizar un poco en este concepto ¿qué es la belleza? Podremos encontrar varias definiciones de lo que es belleza, a mí la que más me gusta e interesa es la que mantiene que lo bello es finalidad sin fin. La belleza es esa actitud desinteresada que tenemos frente a algo, simplemente nos acercamos a contemplarlo por agrado, lejos de finalidades útiles o morales (1). Y en este sentido, creo, nos acercamos a las cosas cuando son bellas para admirarlas.
Compramos, usamos o construimos objetos porque son útiles. Pero dentro de la colección de objetos, que podemos utilizar para la misma acción, elegimos el que nos parece más bonito. Por ejemplo un lápiz, todos cumplen la misma función y tiene, más o menos, el mismo coste. Elegimos uno u otro por su color o diseño, aunque no nos demos cuenta, lo hacemos por sus características estéticas.
Muchas veces la belleza nos produce un momento de asombro extraordinario. Cuando juntamos sorpresa y belleza el efecto se multiplica. Recuerda algún viaje a una ciudad desconocida. Caminas por sus calles visitándola cuando doblas una esquina y te lo encuentras, te quedas con la boca abierta admirando su belleza. Espero que halláis vivido ésta experiencia alguna vez. Un edifico, una escultura, un patio, un coche, una calle, una plaza, un paisaje, un hombre o una mujer, cualquiera cosa pueden ser el desencadenante de ésta experiencia.
Pero la sorpresa no aparece siempre para crear este efecto. Depende de nosotros, de nuestra situación y experiencia para que esto suceda. Esta emoción no la podemos controlar debido a que depende de nuestras expectativas. Tiene que existir un choque, un acontecimiento que vaya a la contra de lo que esperábamos.
En definitiva el asombro y la belleza tiene una relación íntima que hace que una experiencia estética se multiplique. Cuando algo rompe nuestras expectativas y además nos parece bello la experiencia es extraordinaria y no se nos olvidará.
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