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¿Puede un edificio hacerte feliz?

Es una ingenuidad pensar que un edificio pueda hacerte feliz. La felicidad no está exclusivamente en el lugar que habitas, es mucho más compleja y abarca más factores. Pero, ¿puede que los edificios y lugares que habitamos influyan en esa felicidad? Y ¿En qué medida?

No creo que una persona solo por tener el hogar que siempre anheló sea inmediatamente feliz. Si está solo en contra de su voluntad, ha perdido al ser amado, no tiene dinero para vivir dignamente, es esclavo de un trabajo que no le gusta o muchas otras causas que se nos pueden ocurrir y son fuentes de infelicidad. Da igual la casa en la que vivas que serás infeliz. La tesis que mantiene Alain de Botton en su libro “La arquitectura de la felicidad” es atractiva y más para los arquitectos, estar llamado a conseguir materializar la felicidad para nuestros semejantes, a más de un arquitecto le puede parecer la cristalización de sus deseos. A otros quizás les paralizaría de por vida. El caso es que un arquitecto no está llamado a cumplir este gran fin, suficiente tiene que buscar su felicidad. Tampoco los constructores, ingenieros, obreros y cualquier otra profesión relacionada con la construcción de edificios. No voy a negar, y he escrito mucho sobre ello, que hay lugares y edificios que transmiten emociones. Te hacen sentir de un modo determinado, incluso felicidad, pero para ello has de tener una experiencia en ese lugar, u otro análogo, que te haya hecho sentir de ese modo. Es decir, la experiencia placentera o no es determinante en el modo de sentirte en un lugar.

Para poder llegar a diseñar edificios para la felicidad se debería conocer la biografía de la persona a la que va dirigida esa construcción y diseñarla en coherencia con esas experiencias, pero ¿cuándo sucede esto? Casi nunca, no nos engañemos. Los edificios los construimos, la mayoría de las veces, para mucha gente. El caso de los edificios públicos es innegable, lo que a una persona le parece agradable, a otra no lo será. Y esto está garantizado cuando los usuarios son muchos. Podemos apuntar a las viviendas, pero tendremos que dejar de lado las viviendas colectivas. Quizás en las viviendas unifamiliares, pero una vez más no las promociones de viviendas unifamiliares. En este caso, de nuevo nos puede suceder como en los bloques de viviendas, muchos usuarios implican muchos gustos diferentes y más si pensamos en sus experiencias. No podemos satisfacer a todos. Nos queda la vivienda unifamiliar aislada, este sería el único caso en el que podríamos, haciendo un estudio profundo de futuro habitante, ofrecerle algo que pudiera acercarse a un edificio que le diera felicidad. Pero nunca sabemos cuáles serán las vivencias que tenga en este lugar, podrían ser desagradables y el lugar siempre le evocaría esas emociones.

También es cierto otro punto de vista, en un lugar por muy desagradable y feo que nos parezca si lo habitamos cotidianamente, poco a poco se irá tornando en más agradable y pasará a formar parte de nuestra biografía. Las experiencias, aunque sean dolorosas e insatisfactorias, que vamos acumulando en nuestra memoria siempre tendrán un escenario, feo o bonito, y ese escenario será parte de nosotros nos guste o no. Seguro que te ha pasado, has vivido en una casa que no te gustó al principio hasta que te tuviste que marchar. Entonces, recordando lo que has vivido allí te entro, lo que el Galicia llaman, la morriña.

Con esto no quiero decir que da igual donde vivas, al contrario. Si vives en un lugar que te guste, que sea, según tu criterio, bello, tienes muchas más posibilidades de ser feliz. La vinculación que hace Alain de Botton de la belleza y la felicidad me parece acertada, quizás un poco simplista, pero hasta cierto punto verdadera, “La belleza es la promesa de la felicidad”.

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