El hogar es nuestro centro. Es el lugar desde el cual nos enfrentamos al mundo y al que acudimos para defendernos de él. Como refugio nos protege del exterior y nos asegura nuestra intimidad.

Haciendo un poco de historia, la palabra hogar proviene del latín “focus”. De ésta también deriva la palabra fuego, y es que el origen del hogar está íntimamente relacionado con el fuego. El fuego era venerado por nuestros antepasados griegos, latinos y por muchos pueblos indoeuropeos. Estaba presente y tenia un papel fundamental en todas la casas. Toda la vida domestica giraba entorno al fuego, cocinar, calentarse e iluminar son algunas de sus funciones. La vida de una familia se desarrollaba entorno a él.

Son miles de generaciones de seres humanos teniendo al fuego como principal aliado para la supervivencia. Esto nos ha quedado gravado y, aunque el fuego haya desaparecido de nuestra vida cotidiana, el hogar es el recuerdo lejano y reconfortante de esa sensación de protección.

Pero el hogar es mucho más que eso, es nuestro centro emocional. En él tenemos nuestras primeras emociones y experiencias, a él volvemos después de una dura jornada de trabajo para descansar y recuperarnos. Como lugar es nuestro referente, aunque no lo pensemos, comparamos el resto de lugares con él.

¿Cuál es nuestro hogar? Seguro que todos podemos responder inmediatamente a esto. Pero si recordamos por un momento la sensación que tuvisteis al independizaros de casa de vuestros padres. En ese momento si alguien os hubiese preguntado cuál es vuestro hogar ¿Qué hubieseis respondido? Pasa un tiempo hasta que la nueva vivienda se convierte en nuestro hogar. El tiempo necesario para que nuestros afectos y experiencias se localicen en este nuevo lugar. Un hogar llega a serlo en la medida que se acumulan emociones y experiencias en él.

Desde luego que habrá hogares que no echemos de menos, debido a las malas experiencias o emociones vividas en ellos. Una casa incómoda o experiencias traumáticas vividas en ese lugar pueden hacer que nuestra casa deje de serlo. Podríamos decir que un hogar deja de serlo, o nunca podrá ser tal, en el caso que emocionalmente no sea agradable. Es decir, cuando deje de ser ese lugar al que acudes a calentarte alrededor de un fuego. Es necesario que esa vivienda tenga un computo emocional positivo. Hemos oído muchas veces la frase “un hogar roto”, está roto porque no es emocionalmente estable. No cumple con el requisito de ser un refugio y por lo tanto no puede ser un hogar.

Todos tenemos la imagen del hogar perfecto, para cada uno será diferente dependiendo de las experiencias que hallamos vivido. Pero sin duda tendremos puntos en común, queremos un hogar acogedor, agradable, cómodo, que nos reconforte y tranquilice. Y si además nos sorprende y sobrecoge. Una casa sorprendente y sobrecogedora aún cuando lleves mucho tiempo viviendo en ella. Un sesgado rayo de luz entrando por una pequeña ventana, el suave ruido del agua en un día caluroso, ver el nevado jardín desde tú cama. Descubrir nuevas emociones en un lugar cotidiano

¿Podría ser este el hogar deseado?

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